jueves, 11 de junio de 2009

El morrocoy afortunado

Una mañanita clara y fresca un morrocoy muy hambriento buscaba qué comer. Pero nada encontró en la sabana. Decidió entonces entrar al bosque. No había caminado mucho cuando topó con un cachicamo que paseaba feliz. Y empezaron a conversar:
-¡Hola, don Cachicamo! ¿Cómo está usted hoy?, le dijo el morrocoy, tristemente.
-¡Muy bien, don Morrocoy! Gracias, ¿y usted?
-Yo estoy muy mal, pues no hallo qué comer.
-No se preocupe. Siga adelante por ese camino y encontrará un conuco sembrado de ricas auyamas
El morrocoy se alegró. Caminó más y más rápido y ya agotado, a duras penas se sostenía en sus patas cuando divisó el conuco.
De reojo vio que el conuco estaba lleno de animales: venados, acures, lapas... ¡y una linda morrocoya!
Entró y devoró cuanta auyama pudo comer, sin prestar atención a los animales. Cuando terminó, satisfecho, se dirigió a la morrocoya así:
-¡ Hola, preciosura! ¿Cómo estás?
Y la morrocoyita, extrañada ante tanta confianza, respondió:
-Muy bien, gracias. ¿Y usted?
-Nunca me había sentido mejor,
-¿Por qué dice eso, joven?
-Porque comí hasta reventar y conocí a una joven tan bonita como usted. Me siento emocionado, porque creo que me he enamorado muy rápido.
-¿Acaso no tienes novia, ni esposa?, dijo la morrocoya, interesada.
-No, primera vez que veo una joven que me guste tanto y desearía casarme contigo. Y la miraba con sus ojos adormilados.
-Bueno.., este... Yo tampoco tengo novio... Así. que te acepto como esposo.
Así fue como el morrocoy fue feliz y nunca más pasó hambre y después de un tiempo, ambos tuvieron lindos hijitos.

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